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La casita blanca.

En la campiña inglesa, lugar donde pasé mis últimas vacaciones, con sus casitas iguales con techos a dos aguas y coloridos jardines, vivían dos ancianos en aquella casita a dos cuadras del río y que se distinguía de las demás por estar totalmente pintada de blanco y con tejas rojas.
Había ido a pasar unos días a la casa de un antiguo compañero de estudios de mis años de juventud el cual encontré una tarde en Londres cuando aún no me decidía si viajar a Francia o a algún otro lugar más cálido que Inglaterra.
El coronel Férguson había comprado, hacía muchos años una casa en el campo donde vivía solo con su perro Duque desde que quedara viudo y que sus hijos se hubieran mudado a la capital.
Férguson me reconoció enseguida y me propuso pasar mis vacaciones en su casa, en pleno campo.
Al principio pensé que la invitación era debido a que se sentía demasiado solo, pero pronto descubrí mi error, solo era lo que menos se sentía.
Con su perro Duque, sus caballos y sus vecinos jamás se hubiera sentido solo.
Sus vecinos no pasaban un día sin visitarlo y él les correspondía de igual manera ya que era muy querido por todos. En cuanto pudo me trasladé a lo de mi amigo que me recibió con mucha alegría diciéndome que estaba encantado con tenerme en su casa y que la íbamos a pasar de maravilla.
Esa noche al saber que iría a su casa, invitó a los amigos, casi todos vecinos para que me conocieran y cenáramos juntos.
Así fue que conocí a Carlos y a Sofía su esposa, una pareja de unos setenta años, pero que al verlos nadie les daría esa edad, la vida sana del campo, el levantarse temprano, los quehaceres de la casa, el jardín y los animales los mantenía siempre jóvenes. Me contaron que antes de retirarse a vivir al campo, Carlos había sido teniente del ejército inglés, pero por problemas de corazón había tenido que retirarse y que Sofía era una escritora de cuentos infantiles retirada.
La cena fue estupenda, pato a la naranja y un riquísimo budín inglés, todo hecho por mi amigo pues aún conservaba las antiguas recetas de su esposa, en vida una gran cocinera. Me sentí tan a gusto allí que me alegré de no haber viajado al extranjero y de haberme encontrado aquel día con Férguson. A la mañana siguiente sentí cómo cantaba el gallo de Sofía y me sorprendí a mi mismo saltando de la cama apenas los primeros rayos del sol asomaban para iluminar un hermoso día de verano.
Mi anfitrión ya estaba levantado preparando un delicioso desayuno inglés compuesto de tostadas, tocino con riñones, huevos fritos jugo de naranja y café. Tan satisfecho me sentí al término de tan suculento desayuno que no pude hacer otra cosa que sentarme frente a la casa a descansar y a observar las hermosas plantas del jardín que en esa época estaban totalmente florecidas.
Mi amigo trajo unos binoculares para que pudiera observar a los pájaros y ver la variada cantidad de mariposas que revoloteaban por el campo. Mientras observaba pude ver a Sofía dándole de comer a las gallinas y recogiendo unos enormes huevos y a Carlos leer el diario mientras desayunaba en el jardín.
A mi lado se encontraba Duque que ahora se había convertido en mi fiel compañero siguiéndome a donde fuera.
De pronto, Duque comenzó a ladrar al ver pasar a Pedro, el jardinero y dejándome de lado salió a perseguirlo, moviendo la cola, al poco rato regresó dedicándose a la tarea de rascar la tierra con sus uñas hasta que apareció mi amigo y lo ató al verlo en ese estado.
A Duque parecía no agradarle las hermosas plantas y Férguson a veces lo ataba para que no las estropeara.
A eso del mediodía, Sofía vino a traernos sopa casera, huevos frescos y a invitarnos a ir a tomar el té a la tarde, a su casa. Aceptamos de buen agrado y luego de dormir una corta siesta lo hicimos.
El matrimonio nos esperaba con el té muy caliente y bollitos de crema, todo casero como decía Sofía.
Todo transcurría a la perfección a no ser por Duque que sin invitación decidió acompañarnos y quedándose en el jardín comenzó a arrancar cuantas flores veía. Luego de disculparse, mi amigo ató a su perro sin comprender la actitud de éste ya que en jardines ajenos jamás había hecho algo así.
Sofía arregló como pudo sus plantas y luego de comprobar que Duque seguía atado entró a la casa.
Después del té Carlos nos mostró su colección de estampillas de correo que eran su orgullo y tras eso nos marchamos.
Esa noche hubo tormenta lo que nos obligó a quedarnos en casa jugando a las cartas. A la mañana siguiente el sol brillaba y nada hacía recordar la noche pasada salvo por la tierra que aún estaba mojada.
Quise ayudar a mi amigo a arreglar las plantas que con el temporal había sido arrancadas de la tierra, pero él me dijo que el jardinero se encargaría de hacerlo y que además le desagradaba que otro lo hiciera que se sentía dueño y señor de todos los jardines así fue que tomando unas cañas de pescar fuimos hasta el río, algo que hacía mucho tiempo no hacía. El río era ancho y siempre lleno de embarcaciones pequeñas de pescadores y también de personas que navegaban en él en sus días libres. Al poco rato mi amigo con experiencia de años se reía de mí al ver la mojarrita que había pescado al lado de la enorme corvina que tenía en su anzuelo. Así volvimos a la casa con tres grandes corvinas pescadas por mi amigo, esa noche cenamos corvinas y al ver que eran mucho para nosotros les llevamos dos a nuestros amigos, Sofía y Carlos. Al volver me di cuenta de que había dejado mis llaves sobre la mesa de la casa de nuestros amigos, a veces me molestan para sentarme y las dejo por cualquier lado y tuve que regresar a buscarlas.
Me asomé a la ventana que daba a la cocina esperando ver a Sofía, pero no se encontraban y tuve que volver más tarde. Mi amigo me dijo que era muy raro que no estuvieran ya que nunca salían tan tarde de la casa. Férguson se sintió extrañado y decidió volver y los encontró discutiendo en una pequeña pieza que tenían al fondo del jardín. Mi amigo me comentó que esa pieza siempre le había intrigado ya que no sabía que era lo que allí había. Ellos no nos habían visto y nosotros tocando más fuerte el timbre disimulamos no haber oído la discusión y de inmediato aparecieron los ancianos totalmente cambiados de como los habíamos visto minutos antes. Les comunicamos el motivo por lo que habíamos vuelto y de inmediato Sofía me trajo las llaves. No hablaron sobre la discusión y nosotros no preguntamos. Al volver a su casa, Férguson tenía el rostro diferente, se sentía mal por la pelea de sus vecinos, nunca los había visto así.
Esa noche hacía calor y la luna estaba en todo su esplendor lo cual me permitió, binoculares mediante observar la casita blanca de nuestros vecinos pues me sentía bastante extrañado por el tono que había tenido la discusión. Luego de algunos minutos me pareció ver movimiento en ella.
Vi a Sofía y a Carlos recibir a dos personas que para mi eran desconocidas, llamé a mi amigo y él tampoco las conocía, parecían ser extranjeros por su manera de vestir, un hombre y una mujer. La luna comenzó a ocultarse tras unas nubes y ya no pudimos volver a verlos.
Al día siguiente, como si nada hubiera pasado, nuestros vecinos pasaron por la casa de mi amigo y cuando les preguntamos si habían tenido visita, nos respondieron que no, que habían pasado la noche jugando a las cartas, único entretenimiento por aquellos lugares.
No entendía la mentira de los ancianos y comencé a sospechar que algo extraño estaba sucediendo y se lo comenté a mi amigo quien me contestó que desde hacía algún tiempo notaba algo raro con sus vecinos, pero nunca lo había comentado olvidándose por completo con mi llegada.
Duque continuaba deshaciendo los jardines en su nueva manía y Pedro le pidió a mi amigo que lo mantuviera atado por las noches.
Una semana hacía que había llegado al campo y ya me parecía que no podría vivir lejos de él.
Tanto llegó a gustarme que le pedí a Férguson que averiguara si había a la venta alguna casita por la zona para pasar el resto de mi vida en ella.
Mi amigo se puso en campaña en buscarme una ya que eso lo llenaba de alegría.
Pasaron así varios días, pescando, andando a caballo, mi amigo era un gran jinete y amante de la equitación, poseía algunos caballos de carrera y otros sólo por el placer de montarlos. Los domingos viajábamos a Londres a ver correr a sus caballos.
A la semana siguiente nos asombramos mucho al ver un gran cartel en la casita blanca que indicaba que ésta se encontraba a la venta.
Nos apuramos a ir hasta allí a preguntar a los ancianos cuál era el motivo de la venta de la casa.
Carlos nos hizo pasar a la casa que se encontraba en completo desorden, ropa bolsos y valijas todo por doquier.
Les preguntamos el porqué de todo aquello a lo que nos contestaron que una de sus hijas que vivía en Alemania había enviudado y les pedía que se fueran a vivir con ella. Todo esto le pareció a mi amigo sumamente raro ya que no tenía ni idea de que tuvieran hijos y menos aún fuera del país.
Les dije que pensaba comprar una casita por la zona y que, si llegaban a un acuerdo, sería ideal.
Al día siguiente al encontrarnos en el jardín, sentimos un olor desagradable y decidimos investigar de dónde provenía.
El olor venía de unas cuadras atrás, aunque no sabíamos de donde cuando de pronto vimos a Pedro, el jardinero que corría de un lado al otro sin siquiera vernos. Al regresar a la casa nos encontramos con un hombre uniformado que dijo llamarse Jhonson, ser oficial de policía y querer hablar con el dueño de la casa.
Mi amigo lo invitó a pasar y luego le preguntó el motivo de su visita.
El oficial nos mostró su identificación y luego de las presentaciones nos dijo que deseaba hablar sobre unos vecinos que se hacían llamar Carlos y Sofía pues sabía que eran amigos de Férguson.
Nos quedamos estupefactos y sin entender qué quería decir el oficial y jamás hubiéramos imaginado que no eran sus verdaderos nombres ya que hacía más de dos años que vivían en la casita blanca. No entendíamos qué necesitaban saber de ellos ya que eran excelentes vecinos, decía mi amigo al oficial a lo que el hombre le dijo que sus verdaderos nombres eran Jhon y Nadia Smith y que no nos dejáramos engañar por su apariencia, la realidad era que la policía los venía siguiendo desde hacía varios meses y no solo la policía local, desde los Estados Unidos también. Sé que los del FBI vinieron hace un par de días, pero no pudieron encontrar pruebas para detenerlos. Sin salir de nuestro asombro preguntamos el motivo por el cual los buscaban a lo que el oficial respondió simplemente, drogas. Son dos químicos y han estado haciendo drogas muy peligrosas y vendiéndolas por todo el país a jóvenes y hasta a niños con otra persona que aún no sabemos quién es.
En medio de la conversación apareció Duque muy agitado y con algo en la boca que dejó caer a mis pies cosa que el oficial nos pedía que no tocáramos ya que imaginaba qué era aquello.
Mientras tanto Duque insistía en llevarnos afuera y poniéndole la correa le permitimos guiarnos. Duque comenzó a recorrer los jardines y en cada uno de ellos había tierra removida, el vecindario se encontraba tranquilo, sólo en la casita blanca había movimiento. Con lo que encontramos en los jardines tenía pruebas suficientes ya que el jardín más comprometido era el de los ancianos.
Al poco rato un patrullero y las sirenas alborotaban el barrio y vimos con dolor cómo se llevaban esposados al matrimonio sin oponer resistencia y mostrando sus verdaderos rostros. El oficial nos agradeció y al día siguiente leímos lo siguiente en el diario local.
---La campiña inglesa se vio conmovida debido a la captura de los químicos estadounidenses que fabricaban droga y que con la ayuda de un jardinero que también había cambiado su nombre y era cómplice de éstos, enterrando la droga en los jardines para luego venderla. Debemos a gradecer la ayuda de Duque, el perro del coronel Férguson ya que gracias a él pudimos atrapar a estos delincuentes. El laboratorio estaba al fondo del jardín de la llamada casita blanca y muy bien disimulado ya que nadie sabía de su existencia. Ahora les espera muchos años de cárcel por el mal que causaron a miles de personas entre ellos niños ya que pasaran el resto de sus días tras las rejas.
Debido a que la casita blanca era alquilada, aunque Carlos la hacía pasar como propia, pude llegar a un acuerdo con el verdadero propietario que no quería saber más nada de esa casa y pude comprarla a muy bajo precio ya que no poseo el dinero en abundancia como mi amigo y lo primero que hice fue derribar el fondo y construir una hermosa casita para una perrita que Férguson me obsequió que actualmente me acompaña y que Duque visita todos los días.
El olor que sentíamos mi amigo y yo recién ahora supe a que se debía, el jardinero al sentirse atrapado, quemó las bolsas de droga que enterraba en los jardines vecinos con el pretexto de arreglarlos y abonarlos y debido a eso la policía pudo encerrarlo también.
Ahora mi vida transcurre como siempre lo soñé, tengo a mi amigo viviendo casi al lado y a los demás vecinos que por suerte en nada se parecen a los ancianos, la vida puede darnos muchas sorpresas.
Omenia.







Texto agregado el 07-03-2024, y leído por 71 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
11-03-2024 Me encantan tus historias Ome, excelente final, lo mejor el caballero se pudo mudar al campo, desde la primera conducta extraña del perrito sospeche algo raro, pero pensaba que eran asesinos Vientosusurrante
08-03-2024 Interesante y truculenta historia, Ome. Caras vemos y mañas no sabemos. Me gustó mucho tu cuento. maparo55
08-03-2024 Qué cuento interesante publicaste ome, te felicito!!!!!!!!!!!!! yosoyasi
 
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