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Viernes Santo. Las calles casi solitarias, camino por una de ellas y soy el único transeúnte. Pocos autos, un silencio grato. Muy temprano, cerca de las diez de la mañana, comenzó el Viacrucis por las calles de la colonia. Vino el sacerdote de la iglesia, la cruz al frente y la gente haciendo procesión. No mucha gente, pero sí la necesaria para seguir las oraciones y los cantos en cada estación.

Hoy es día de recogimiento y la mayoría de los locales comerciales de la colonia están cerrados, solo algunos esenciales abrieron. Voy y compro un poco de pan y leche. Camino de regreso a casa y como si fuera maldición, al único que encuentro en el trayecto es al Piguas, uno de los raterillos y consumidores de droga de la colonia. Ha estado varias veces en el tambo y es un hombre violento. A veces termina todo golpeado, por alguna rencilla o ajuste de cuentas. Su mayor gracia ha sido matar con un bat a un tío suyo, de un golpe directo a la cabeza. Peleaban en la calle y ahí quedó el tío, tendido en el pavimento mientras alguna alma caritativa llamaba una ambulancia por si el caído lograba salvarse. Por supuesto, no se salvó; sin embargo, al Piguas no pareció afectarle tal situación, durante el velorio del tío andaba como la fresca mañana entre la gente, como si él no hubiera sido culpable de nada. No sé por qué le habrán puesto el apodo de Piguas, pero seguro no habrá sido por nada bueno; desde siempre todos lo conocen por ese nombre, aunque debe tener alguno decente con apellidos y todo. Lo saludo porque es vecino de mi calle y no me gustaría tener algún desacuerdo con un tipo así.

Ahora, en cuanto me ve, no pierde oportunidad para pedirme algo.

-Dame unas monedas para un cigarro, ¿no?

Más por fuerza que por ganas, saco del bolsillo algunas monedas y se las doy. Se va sin un gracias ni nada.

En casa, luego de almorzar, me pongo a leer un rato, me entretengo leyendo algunas minificciones de Lydia Davis, una escritora gringa que no escribe nada mal. Más tarde, salgo de nuevo a la calle para comprar otros comestibles, con la esperanza de que no hayan cerrado temprano la tienda, por ser un día tan especial. Lo primero que me encuentro es de nuevo al Piguas un par de casas más adelante de la mía, ofreciéndole a un vecino un reloj de mano, con seguridad robado. Alcanzo a escuchar como mi vecino le dice que no, que en ese momento no tiene dinero para comprárselo, aunque supongo que la excusa de la falta de dinero es solo para quitarse de encima al Piguas. Paso junto de ellos y apresuro el paso, no vaya a ser que se le ocurra a este fulano ofrecerme el reloj a mí.

Cuando regreso ya no está el Piguas ni el vecino y las calles siguen ahí, igual de solitarias, tranquilas, de momento olvidadas por la gente.

Hoy, es Viernes Santo.

Texto agregado el 03-04-2024, y leído por 86 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
25-04-2024 Muy bueno este relato. Abrazo Lagunita
04-04-2024 Un relato tranquilo y bien narrado, que justamente por su sencillez, atrapa. Gracias. MujerDiosa_siempre
03-04-2024 No fue preso el piguas por matar a su tío? Tete
03-04-2024 Leí tu texto imaginando que en tu país aun se guarda respeto por esa fecha tan significativa para todos. Aca en mi país,todo abierto como cualquier dia,con gente en los terminales de buses viajando... Me gustó tu relato 5 *****s Un beso amigo Victoria 6236013
 
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