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¿Quién es el bocón?

Me recibió encantado en su oficina. Antes por mail les envié las especificaciones de los productos que el necesitaba. Luego por teléfono afinamos formas de pago, despachos y finalmente en reuniones presenciales cerramos contrato.

Como es usual las primeras reuniones son puntuales y formales, se utilizan agendas para anotar los posibles acuerdos, con café servido por su secretaria, en bandeja y con galletas, y usa su jerarquía de dueño y señor ordenando que no nos interrumpan mientras estemos reunidos.

Las siguientes reuniones ya no eran tan puntuales. El dueño de la empresa me dejaba esperando un largo rato en los sillones incomodos de la recepción antes de atenderme. Tampoco cuando se desocupaba salía a recibirme saludándome a veces hasta con un abrazo, sino que por citófono pedía a su secretaria dejarme pasar.

- Que entre. – se sentía en el altavoz.

Ya no se levantaba de su escritorio para saludarme de mano. Desde su asiento gerencial dirigía la reunión ya no como su proveedor sino como jefe y yo su subalterno.

La secretaria una vez, cuando me recibió y el cliente aun no aparecía por la oficina, después que siempre pregonaba que la puntualidad era lo más importante, cómo una forma de agraciarse y apaciguar el contratiempo me dice esa frase que ella siempre usaba en estos casos

- por lo visto se acabó la luna de miel

Pero yo tiraba y recogía. Cuando notaba que el cliente tan eufórico al comienzo ya no lo era, frenaba los descuentos ofrecidos en la primera etapa, argumentando que en esta segunda las condiciones habían cambiado. El perdía, yo ganaba.

Pero el cliente tiraba y aflojaba con más fuerza. Usaba varias técnicas para mantener a los proveedores a raya. A veces de puro gusto retrasaba un pedido y me lo comunicaba personalmente para ser testigo cómo se me transformaba la cara al ver que mi venta se postergaba.

- Bien. Ningún problema, lo coordinamos para más adelante. - yo disimulaba muy bien.

Se balanceaba en su sillón gerencial satisfecho, sin hablar.

Por la naturaleza de mis productos, no me preocupaba mantener tan contento a mi cliente, como lo hacen otros proveedores, que aceptan sin regañadientes el ninguneo. Existían planos, moldes y software que me pertenecían. En ese aspecto estaba en mis manos. Si me cortaba emplearía harto tiempo en contactar a otro.

Esa dependencia al dueño de la empresa le irritaba. Para él nadie era imprescindible.

Me regañaba cuando me atrasaba con un pedido, o festinaba cuando yo desconocía de un tema, sea de empresa, doméstico, político o de farándula, tal como lo hacía con sus empleados.

Entre la batería de frases mal intencionadas con el solo propósito de darse un gustito y ningunearme, un día me espetó

- Estamos mal, yo pensé que tenías tremenda empresa, todo te falla, generándome un tremendo perjuicio en mi producción.

Calmadamente, pero herido por dentro, le explicaba que el incumplimiento no tenía nada que ver con el tamaño de mi empresa. El cliente no escuchaba. Cual magnate se balanceaba en su sillón mientras gozaba su estocada.

Como era su tónica, luego de su boconería me invitó a almorzar.

- Para limar las asperezas.

Antes de salir, lo visitó su esposa. Tuve que esperarlo en el sillón de la recepción mientras ella revisaba algunas cuentas. Luego se retiró.

Muy disgustado después de su reunión con su esposa, salimos y caminamos al restaurant. Nos sentamos y partimos con el aperitivo..

Yo seguía herido con eso del tamaño de mi empresa, así que no dudé en vengarme.

- Yo pensé que tú esposa era una tremenda mina. Qué desilusión.

Se atoró.

- Cómo te atreves. Es mi esposa.
- Si te atreviste a ningunear mi empresa, ¿porque no puedo comentar de tú esposa?
- Pero no es lo mismo, yo no estoy dispuesto a aceptar……..

Se enredaba en la silla al tratar de levantarse. ¿A qué, a golpearme?

- Calma, calma. Lo dije solo para que te ubiques. Mis disculpas. Espero que me perdones. Fue una broma de muy mal gusto.

Con gestos pidió la cuenta. Lucía molesto. Así lo advirtió el resto de los comensales.

Yo permanecía sentado, estoico, con una disimulada sonrisa tal cual como lo hace un ganador en un juego de ajedrez.

Muy rojo esperaba que yo continuara pidiéndole perdón. No esperaba menos.

Solo atiné en levantar los hombros.

- Está bien. Empecemos de nuevo.

Pagó y se largó.

Al llegar a su oficina, sacó el revolver de la caja de fuerte y la puso en el cajón del escritorio. Aun no se reponía del descaro de este vendedorcillo.

Texto agregado el 26-04-2024, y leído por 112 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-04-2024 La secuencia de eventos al inicio podría ser más clara, ¿cómo está eso de que, 'me recibió, pero antes por mail y luego por teléfono'?. Revisar también los diálogos para asegurarte de que contribuyan efectivamente a las emociones del personaje, así como los escribiste se sienten planos. eRRe
 
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