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Los pasos de la soledad.



Caminaba con gran mesura por esa larga vereda a un costado de la Costanera, acompañado de esos estáticos titanes de madera quienes lloraban sus abrigos producto del incontrolable clima otoñal que llegaba fugazmente y sin aviso, con aires de un cambio inalterable.

Me divertía mirando como las hojas bailaban inertes al compás del viento. Observaba entre esas luciérnagas que revoloteaban en la calle, unos ojos que brillaban atentos en las barandas del Mapocho el momento más oportuno para extender sus oscuras alas y con sus garras tomar por suyo lo que no les pertenecía.

Mas abajo vivían espectros quienes no conocían la luz del día, quienes el destino los forjó a estar incomunicados, ser masas que vagan sin rumbo o registro alguno, a orillas de un río de colores oscuros y podridos, con olores provenientes de los sectores mas acomodados.
Ellos nada esperaban de la vida y esta no esperaba nada de ellos, pero estaban ahí como una estampa que la sociedad escondía.

Paralelo a esto estaba otro camino con nombre de algún santo, dando un énfasis al mismo cerro de concreto que se levantaba sobre todas nuestras cabezas.
Donde residían gentes que pendían de un hilo de distintos tamaños, donde las almas paseaban por sus largos pasillos y otros que trataban de traerlas a sus cuerpos.
Pero eso era imposible, porque allí habitaba un guardián de mascara oscura, borrosa como el crepúsculo donde se juntaba el día y la noche. Quien se dedicaba a cortar todos los sueños, ilusiones, los hilos de los que estamos aferrados. El reía y decidía el viaje de todos nosotros.
Esperaba en el umbral de las blancas paredes, sacaba cuentas y conversaba con alguien eternamente. Luego se acercaba, abría sus lánguidos brazos y arrullaba a sus víctimas, tomando todos sus recuerdos, dejando un último suspiro.
De pronto vi que se asomaba por lo mas alto del edificio dando un vistazo a todos sus dominios. De pronto su mirada se poso en mi inconscientemente, intercambiamos ideas con un saludo y luego se difuminó con la noche.


Levantaba el cuello de mi abrigo para que el frío no corroyera mas mis gastados huesos, mis pasos eran cada vez más frágiles y pausados, sentía que alguien me perseguía imitando mis pisadas, percibía su insistente mirada en mi nuca, un hielo recorría mi espalda y la desesperación se hacia cada vez mas notoria. La respiración se agitaba, la angustia dominaba mi cuerpo y se anudaba en mi garganta.

Tras pasar un buen rato así me arme de valor y giré la vista, dándome cuenta que no había absolutamente nadie; solo era un producto de la imaginación. Ahí comprendí que mi soledad me estaba acompañando en este largo viaje, apoderándose de mi cuerpo para luego materializarse y atormentarme.
Los pasos desaparecieron y me empecé a sentir aun más solo. Dejé de caminar, el cielo me miro con misericordia.
Lleve estas viejas, gastadas y trabajadas manos a mi cara y caí en un profundo mar de lagrimas.


Texto agregado el 09-11-2004, y leído por 195 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
13-10-2005 Muy bueno!! =D __-Luisito-__
28-05-2005 exelente atmosfera le diste a este cuento, vi todo, sentí todo, te quedó "muh güeno", siempre le das ese toque de indigencia que siempre me ha invitado a formar parte de ella.. 5* mateoroquesk
15-05-2005 Ja ja.. nada objetivo..! Me gusta como escribes. Vitamina-K
15-05-2005 Sigo pensando, que es bastante interpretativa tu manera de escribir... [objetivamente] Me pareció que hablas de un "algo" superior, no sé si es de tipo religioso, pero si por quien eres manejado, parece que te asustara, que escaparas... ja! [subjetivamente] Compartimos el gusto.. Nos leemos Vitamina-K
 
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