Estoy suspendido en la planicie de lo alto; sentado en la alfombra del verde reseco de invierno. Las flores y animales esperan con brazos abiertos los labios tibios del sol, labios que bajan entre los agujeros de las nubes como gotas de rocío sobre un pañuelo de seda.
Respiro, contemplo y presiento que los titanes petrificados ante mí, son testigos incrédulos de esta aparente paz. Paz que combina con el despertar de las montañas pero que por dentro es violencia entre mi generoso ser que te dejo partir y mi rebelde deseo por retenerte.
Tu inevitable ausencia me violenta, mientras los abuelos en las rocas escuchan el murmullo del rio y respiran la vanidosa fragancia de las flores de invierno.
Te extraño tanto...